LA CIUDAD BAJO LA LUNA, de Nerea Riesco. Puntuación: 4/5
Mi última lectura, ‘La ciudad bajo la luna’ ha sido una grata sorpresa. La tomé de una recomendación en un club de lectura de Facebook porque transcurría en mi ciudad, Sevilla, y tenía muy buenos comentarios. Así que con estos mimbres, me puse a buscarla y no me ha defraudado.
Es una novela, de 550 páginas,
de Nerea Riesco, una escritora que no conocía, nacida en Bilbao pero afincada
en Sevilla y esa circunstancia se refleja bien en la historia que nos cuenta.
Lo primero es que se trata
de una novela a ratos de suspense, a ratos de ficción histórica y a ratos
romántica, porque tiene ingredientes de todos los géneros. Está ambientada en
los años previos a la Exposición Universal de 1929 en Sevilla, ciudad que logrará
convertirse, gracias a la inversión y el turismo, en una ciudad moderna, de
grandes avenidas, canalización de aguas, electricidad y, sobre todo, bellos
edificios construidos por Aníbal González.
Es la época de la
construcción del aeropuerto, en unos terrenos cedidos por el torero Sánchez
Mejías, de la Plaza de España, de los pabellones que hoy jalonan la avenida de
la Palmera y del Hotel Alfonso XIII, por citar algunos ejemplos.
La autora conoce bien la
ciudad y aparecen numerosas calles del centro, el barrio de Tablada o el
Círculo de Labradores, de manera que me ha resultado sumamente entretenida su
lectura.
Pero junto a Sevilla, la novela
se desarrolla en otros tres espacios: la Francia de finales de Ia I Guerra
Mundial; la Habana decadente, ya independizada de España; y el Nueva York de la
ley seca, donde las mafias campan a sus anchas, una ciudad que nunca duerme porque está viviendo los felices años
20, pero que una mañana despertará de este sueño, inmersa en el terrible crack
de la bolsa.
¿Y cómo enlazar todos estos
espacios tan dispares en los que apenas hay un puñado de personajes
principales?
La novela arranca a una
semana de la inauguración de la exposición iberoamericana de Sevilla, cuando
unos chiquillos tropiezan con los restos de un cadáver humano en el cortijo de
Hernán Cebolla, durante el despegue del Graff
Zeppelin.
De quién es el cadáver y
quién lo ha matado será el hilo conductor de una historia, contada de modo un
poco atípico y quizás algo enredoso al principio, pero que poco a poco irá
conquistando al lector hasta un final que no se puede esperar. Y para ir dando
luz, la autora precede a cada capítulo de un recorte de prensa de la época
parejo a la investigación que la policía lleva a cabo.
Los personajes principales
son el capitán Adrien Chevalier, un mutilado de guerra de 29 años, condecorado
como héroe en la I Guerra Mundial por el gobierno francés, que decide cambiar
de vida y asentarse en Sevilla para olvidar el sonido de los obuses de Verdún y
a todos los fantasmas que le persiguen (toda la novela va acompañada de
pequeñas notas al pie, de carácter científico, sobre los síntomas de las
neurosis de guerra).
El marqués de la Vega-Inclán
le propone ser el responsable de la Comisión de Propaganda de la Exposición y
él acepta. Es entonces cuando, a bordo de un buque de lujo de la compañía Transatlántica
española–el Manuel Arnus-, viaja a
Nueva York con la intención de captar turistas americanos.
En el barco Adrien conoce a
Belinda Miller, una cantante de jazz, mulata, de la que se enamora
perdidamente, con un amor imposible y prohibido porque ella es la amante de
Flavio Leone, un capo de la mafia, en cuyo famoso club –el Cotton Club- trabaja cada noche y al que conoció a través de su
hermano Ernesto en el negocio ilegal de importación de ron cubano.
A Adrien lo acompaña su buen
amigo Gonzalo, un periodista aventurero y sagaz del Noticiero sevillano, conocido como el Curioso Cauteloso, que también
va a vivir su personal historia de amor. En este caso con Cristina, la hija de
una adinerada familia sevillana para la que sus padres –Conrado Palacios y
Emily Suffield- ya han trazado su camino junto al hijo de los marqueses de
Rocaflor.
Estos son, en esencia, los
protagonistas de nuestra historia. Aunque al lector aún le quedará adivinar
algunas incógnitas, cómo quién es en realidad Étienne Duval, que aparece ya al
final de la historia.
En fin, que la historia
tiene ingredientes suficientes para pasar un buen rato de lectura este verano ya
que la misma se alarga hasta final de los años 60. De hecho, en la buena labor
de documentación de la autora, aparecen muchos datos curiosos, como por ejemplo
la Isla del Diablo, un islote frente a la Guayana francesa, utilizado como
penal por el gobierno francés desde los tiempos de Napoleón III, hasta que fue
cerrado en 1946, por cuyas paredes pasará alguno de nuestros personales.
Feliz verano y que leáis
mucho!
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